Por Marta Palomo – Periodista.

Todos dormíamos plácidamente contemplando el atardecer, la tranquilidad de la sabana solo nos permitía pensar en lo maravilloso y espectacular de la virginal naturaleza africana. Nadie pudo sospechar el acecho del león hasta el momento en el que sus rugidos nos despertaron de nuestro dulce e idílico letargo.

Nuestras rutinas, aspiraciones, deseos y preocupaciones de la pacífica y digitalizada sociedad occidental de principios de siglo, nos impidieron concebir como viable la posibilidad de que unos minúsculos seres acabasen con nuestra instalada e inamovible libertad.

Coronavirus - La ventaja del tiempo

Justo en el momento en el que los humanos empezábamos a debatir y medir nuestro papel como ‘dioses’ del mundo natural y artificial, algo tan arcaico y sencillo como una cadena de ARN envuelta en proteína está haciendo temblar los cimientos de nuestra sociedad. Nadie lo esperaba, pero era previsible.


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Al igual que el león se defiende cuando un intruso entra en su territorio, el rugido de una pandemia llevaba años escuchándose.

La ONG WWF explica en un informe cómo la destrucción de hábitats de especies salvajes puede estar detrás del origen del brote zoonótico (transmisión de animal a humano) del coronavirus.

Fenómenos como la intensa deforestación que se ha vivido en el sudeste asiático en los últimos años o la desestabilización de ecosistemas originada por el cambio climático, hacen no solo que las personas e industrias ganaderas se instalen en territorios “salvajes”, sino que los animales huyan hacia poblaciones humanas buscando un nuevo hogar.

La literatura científica lleva años advirtiendo este riesgo, que incluso fue perfectamente relatado y dramatizado en el blockbuster de 2011 ‘Contagio’, donde la deforestación empuja a un murciélago chino hacia una granja de cerdos y la globalización se encarga del resto.


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Probablemente, la pandemia actual pudo haberse evitado, pero siendo prácticos, lamentarnos por ello solo nos va a hacer perder el tiempo, y es justamente esto, el tiempo, lo que puede marcar la diferencia.

Cuando sin previo aviso, nos vemos frente a un león agresivo, solamente tenemos unos instantes para decidir cuál va a ser nuestra reacción. El tiempo es tan corto que probablemente sea la adrenalina y el miedo quienes improvisen por nosotros.

En muchas de las crisis pasadas, la situación era parecida. Rompe el peligro y nos vemos obligados a actuar de inmediato.

Pese a las consecuencias nefastas que está trayendo la Covid-19, primero en términos humanos y después en términos económicos y estructurales, la situación es distinta esta vez.

Por la naturaleza de la reacción inmediata ante la pandemia (el confinamiento), el león se ha quedado congelado y se nos han concedido unos minutos para pensar mejor nuestra respuesta.


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Parece de consenso general que una vez termine el confinamiento y la situación de excepcionalidad, el mundo al que volvamos no va a ser el de antes.

Las altas esferas corporativas y políticas ya están fraguando y construyendo las normas del nuevo mundo, pero realmente nada está escrito y nadie puede saber o predecir con seguridad lo que va a pasar hasta que todo esto termine.

Tenemos la oportunidad de pensar qué es lo que va a pasar con el león.

En el ejemplo de la sabana, las opciones se reducen a dos, hacer caso a nuestro instinto de supervivencia y salir corriendo (lo que automáticamente nos convertirá en presas y probablemente nos sentencie a muerte), o quedarnos de pie, gritar y mover las manos de forma agresiva (aunque dé miedo), para que el felino nos vea como una amenaza y se piense dos veces el atacarnos.

Pero ¿qué opciones tenemos nosotros?

Desgraciadamente la realidad pandémica es mucho más compleja que la del león, pero la ventaja es que contamos con tiempo para reflexionarlo. El mundo se ha parado, pero no lo han hecho nuestras mentes.

Albert Einstein dijo una vez que “en momentos de crisis, solo la imaginación es más importante que el conocimiento”, algo que, a diferencia de un soldado alemán en una trinchera en 1917, desde el salón de nuestras casas tenemos la oportunidad de explorar.


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Los posibles mundos post-coronavirus son, de momento, infinitos, por lo que exprimir nuestras mentes para lograr sacar la respuesta idónea probablemente sea un esfuerzo sobrehumano.

Pero sí podemos pensar en qué futuro no queremos y cual sí para poder luchar por cristalizar un mundo más amable que el que dejamos atrás. Recordando palabras de Séneca, “ningún viento es favorable a quien ignora a qué puerto se dirige”, y especialmente en esta crisis, parece que la deriva ha tomado el barco de la humanidad.

Frente este problema global, el egoísmo se ha ocupado de eclipsar un liderazgo al que ni siquiera se le espera. La excepción, China, un régimen autoritario en el que la libertad no es más que una quimera y que aprovecha su (aparente) éxito para hacer propaganda de su sistema.

Pese a que contemos con el tiempo de la cuarentena, es fácil que nuestro instinto animal y el pánico a la incertidumbre nos hagan buscar la seguridad a cualquier precio. Pero sería trágico conceder al miedo esos minutos antes de que el león se abalance sobre nosotros y terminar convirtiéndonos en presas.